La mezcla de iluminaciones con muy distintas temperaturas de color (halógenas blancas -claras y frías, terroríficas: para qué tanto- más vapor de sodio -de tono anaranjado típico- más atardecer natural o simple ausencia de luz diurna) vuelve loco al fotómetro más cuidadoso; el resultado final es, a veces, de locura.
En cualquier caso, me quedaré con el paisaje urbano nocturno justo a esa hora en la que el cielo aun no ha sido apagado y las bombillas ya han sido encendidas... Haré una segunda entrega para que sea más llevadero.
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