Si
llegáis a Soria capital por el este, antes de cruzar el puente sobre el Duero,
no dejéis de emplear el tiempo necesario para visitar el Monasterio de San Juan
de Duero, un auténtico placer para la vista y, si os salís de las “migraciones”
turísticas, un remanso de especial tranquilidad también. Estaba desde hace bastante
tiempo entre mis objetivos pendientes...
Alfonso
I cedió los terrenos para que en 1134 los Hospitalarios de San Juan de
Jerusalén instalaran aquí -y también en Almazán y en Ágreda- una de sus
fundaciones, con el fin de acoger y proteger a caminantes, peregrinos y
desvalidos; es por eso que se encuentra a la entrada de la ciudad.
El
claustro (s. XIII) destaca espectacularmente sobre el conjunto; está formado
por arquerías de diferente forma y desarrollo: arcos de medio punto sobre capiteles
con figuras; arcos entrecruzados de clara influencia islámica; arcos túmidos
(arco de herradura apuntado, también llamado ojival, más ancho hacia la mitad
de la altura que en los arranques, con una curva que sobrepasa la
circunferencia en la mitad del radio); arcos calados entrecruzados, secantes en
sus arranques y soportados por pilastras acanaladas sin capitel y arcos
entrecruzados, tangentes sobre columnas pareadas con capiteles de decoración
vegetal.
Todos
ellos labrados en piedra arenisca de Valonsadero, en las proximidades de Soria
capital. Una auténtica joya, en mi opinión.
Se
me hace raro ver la otra cara del
Moncayo, justo por el lado contrario de por donde lo vemos digamos
habitualmente.
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