La
costa cantábrica, de Hondarribia al cabo Ortegal tiene, en general, bastante
enjundia, y en particular una serie de lugares en los que bien
podrían levantarse las tres tiendas del Nuevo Testamento, y quedarnos allí una
buena temporada, simplemente contemplando la costa a izquierda y derecha y el
mar.
Uno
de ellos perfectamente podría ser la ermita que visitamos en una tarde
soleada, inmejorable. Es una roca que simula un castillo en el mar. Etimológicamente
se le pueden dar al nombre dos significados: gaztelu = “castillo” y aitx
= “roca o peña”, es decir: “peña del castillo”, o si gatxe se refiere a “malo”, “difícil”, podría decirse -y esta es la
opción que más le gusta a mi amigo Tomás- “castillo de difícil acceso”, título
que le viene al pelo por lo empinado tanto de la subida a la ermita como del
regreso a lo que hoy es aparcamiento (la carretera hasta el borde del agua está
rota y forzosamente hay que bajar y subir a pié...).
El
islote, un par de kilómetros al oeste del cabo Matxitxako, está unido a tierra
firme por dos o tres arcos sobre los que discurre un camino con 237 escalones
que nos sitúan en un privilegiado mirador a 79 m. -solo- de altura. La visión es
espectacular hasta donde alcanza la vista; la costa, como habréis deducido, es abrupta. Estábamos en pleamar y las olas
tenían fuerza; me pregunto cómo será un buen temporal...; a lo mejor tenemos
que ir a vivirlo y fotografiarlo ahora que se va acercando la temporada de mareas vivas y demás espectáculos marinos.
Por
no alargar más el relato, os remito a Internet para que conozcáis la abundante cantidad
de costumbres y tradiciones, generalmente asociadas a la mar y la pesca, en
torno a Gaztelugatxe, así como su historia trufada de episodios bélicos.
Mi
recomendación de siempre: si pasáis cerca de Bakio o de Bermeo,
¡impescindiblde!
No hay comentarios:
Publicar un comentario